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ALTA VOLUNTARIADO 2024

Perdonar es saludable (Artículo de nuestro Vicepresidente publicado en SUR)


 
El grado de salud de cada cual depende en gran medida de sus propias decisiones: alimentación, ejercicio y actitudes conforman su trípode.
Dicho de forma popular y rimada: poco plato, mucho trato y mucha suela de zapato. Es decir, frugalidad en el comer, rica vida social y movimiento  animoso del esqueleto cada día. De esos tres pies sobre los que se asienta nuestra salud, me centraré hoy en el dedo gordo del pie social o de las actitudes: la decisión de perdonar.
Todas las religiones otorgan al perdón un gran protagonismo; la católica, mayoritaria en nuestro ámbito cultural, lo coloca justamente en el centro de su mensaje a través de la presencia de Cristo en la Tierra hace 20 siglos. El diccionario académico define la acción de perdonar como “remitir la deuda, ofensa, falta, delito u otra cosa”. En esta reflexión me gustaría oponer el concepto de perdón al de resentimiento o rencor, emociones profundamente perjudiciales para la salud de quien las atesora.
La alternativa de perdonar o no es una de las grandes oportunidades que los seres tenemos para hacer uso mayúsculo de nuestra Libertad. Hacer borrón y cuenta nueva de una ofensa o daño es una decisión íntima que debe ser elaborada desde la porción más evolucionada de nuestro cerebro: el neocórtex, que nos diferencia de las especies predecesoras. Por tanto, perdonar es una cualidad profundamente humana, además de definitivamente liberadora. El resentimiento nos encadena a la ofensa recibida o sentida: no siempre la intención del ofensor coincide con la percepción del ofendido. El perdón nos hace libres rompiendo esa atadura.
 
El resentimiento, además, es una emoción que sólo daña a quien la guarda porque, al igual que el perdón, es íntima y personal, no flagela o castiga a quien la originó en nosotros, por tanto es un daño “reflexivo” en el sentido gramatical de que sujeto y objeto coinciden. En el fondo, a quien perdono o niego perdón es a mí mismo puesto que nadie puede herirme sin mi consentimiento. Los otros son libres de hacer o no hacer y su actitud obrará en mí en función de mi decisión, a excepción de los daños físicos que no pueda evitar. No somos responsables de los actos ajenos ni siquiera, en sentido humano, de los actos de nuestros hijos menores. Nos harán responsables jurídicamente pero nosotros no estamos en su capacidad de decisión, podremos influirla pero el acto último es de ellos.
Para muchas personas perdonar se vuelve un mundo, incluso para creyentes y practicantes lo cual constituye una contradicción. En el resentimiento hay un lamerse la herida, un masoquismo pecaminoso, una cobardía, un temor a hacer uso de la libertad de crecer y ser autónomo porque el rencor encadena al igual que su contrario, el perdón, libera. Ansiamos teóricamente la libertad pero al mismo tiempo la tememos porque nos obliga a optar, elegir, decidir y asumir las consecuencias.
 
Los animales no pueden perdonar, simplemente olvidan o quedan atados para siempre a una situación traumática. Los seres humanos hemos de trabajar esa potencia innata de superar el daño u ofensa que el prójimo pueda producirnos espontánea o intencionadamente. Disponemos de la gran oportunidad de mirarnos hacia dentro y pasar lista a los resentimientos, a las ataduras, y comprobar que nos siguen doliendo cuando las evocamos; no sólo emocionalmente en ese momento, están minando de forma silenciosa y persistente nuestra salud. ¡Cuántas enfermedades graves tienen su origen en un nudo emocional! No nos hacemos ni una pequeña idea, y está en nuestra mano la curación, sin fármacos ni cirugía.
Invito a revisar nuestros posibles rencores visibles o escondidos. Sugiero hacer un trabajo de superación para ir sublimándolos con generosidad sincera. No olvidemos que no es el destinatario de nuestros resentimientos quien sufre el daño sino exclusivamente nosotros mismos, en cuerpo y mente. Si nunca lo hemos practicado tenemos ahora por delante una deliciosa ocasión: descubrir lo gozoso que resulta experimentar las consecuencias de perdonar. Añadiré un disparate: perdonemos aunque sólo sea por puro egoísmo. Si personal y socialmente fuéramos más capaces de poner en práctica esta capacidad, el mundo sería un lugar mucho más pacífico, amable y justo.    

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